miércoles, 9 de mayo de 2018

VIOLETA HERNÁNDEZ ha guanyat el 1r Premi del Concurs Literari convocat per l'AMPA


Podeu llegir la seua història tot seguit:


VERDAD MORTÍFERA- Atlas Hernández
Una  gota brillante de sudor caía suavemente por la nuca de Ámber, y, al igual que una trepidante aventura por el río Amazonas, descendía rápidamente hasta llegar a la pálida espalda de la chica. Allí no se detuvo sin embargo y siguió bajando y bajando trepidantemente, pasando pecas, granos y pequeñas manchas en la piel que recordaban a un verano ya lejos de aquella hermosa muchacha de cabellera dorada cuyo perfil los artistas italianos del siglo  XVI habrían soñado el poder dibujar o tallar sobre el duro mármol.
Como dijo una vez una persona, en realidad quien escribe la frase es sólo la narradora de esta historia, así que es muy probable que no la hayáis escuchado anteriormente, y dice así: Solamente la perfección puede teñirse del color ámbar, pues, si recordamos bien, es el color  del ocaso brasileño, que es, por no decir el mejor, uno de los más bonitos ocasos que estos pobres ojos mortales han podido observar alguna vez en este arduo e inaudito viaje llamado Vida.”
Si seguimos el consejo de la frase, el color ámbar sería el más indicado para nombrar algo precioso, pero llamar a su hija “Ámbar” nunca le gustó a la madre de la joven así que le puso el más parecido, “Ámber”.
Seguimos con la aventura de la gota de sudor que después de numerosas vicisitudes ha conseguido acabar su recorrido, y ahora, como el final esperado de un personaje de George R. R. Martin, es asesinado, absorbido por la tela roja del sofá donde nuestra protagonista está cómodamente tumbada, al igual que un gato garfieldiano después de un festín a base de lasaña.
La preciosa Ámber se movió incómoda, pues había pasado las últimas ocho horas en esa posición haciendo una sola cosa: estar con su apreciado móvil.
Ya eran las tantas de la madrugada y Ámber debería estar durmiendo. Sin embargo, estaba sola, bañada por la luz de la desnuda bombilla amarilla, acariciando su suave piel color marfil y disminuyendo las posibilidades de que la chica acabara cegada por los rayos que desprendía la pequeña pantalla táctil.
Escuchó unos pasos tambaleantes, frágiles; después, el sonido sordo de un jarrón cayendo a una moqueta, sin llegar a romperse.
Vecinos, pensó Ámber pasados unos segundos.
Sí, tal vez fueran sus vecinos del piso de arriba, que siempre estaban discutiendo, pero ¿tan tarde?  Quién sabe, tal vez. O quizás los del piso de abajo, aunque la chica dudaba que el sonido del jarrón se hubiera podido escuchar tan nítidamente. Claro que aún quedaba la tercera y cuarta opciones, donde una era su imaginación y la otra su madre, que perdida en un sueño oscuro hubiera tirado el objeto de porcelana azul situado al lado de la mesilla de noche, un regalo de su esposo por el décimo aniversario de casados. Sin embargo, no explicaba los pasos, así que lo más razonable eran los vecinos del piso de  arriba.

Un escalofrío le recorrió la espalda, no le dio la importancia necesaria y siguió a lo suyo. “Me gusta”, “Comentario”, vuelta a empezar y así todo el rato. Solo paraba de su bucle fotográfico para hablar por WhatsApp con sus amigos también desvelados, pero luego volvía, igual que un salmón intenta volver a donde nació, aunque eso suponga ir contracorriente y siempre acabando con el mismo final nefasto: la muerte. Así es nuestra querida Ámber, un salmón que siempre vuelve al mismo sitio, en este caso a un simple objeto, y que, tarde o temprano, acabaría con la chica.

De repente, la pantalla del móvil devino negra, indicando una terrible verdad a los ojos de Ámber. Se había quedado sin batería. Soltó un juramento…

Decidió, resignada, levantarse en busca del cargador para poder seguir con su misión de explorar las infinitas cuentas y fotografías de Instagram.

Caminó despacio, sus pisadas eran apagadas por la moqueta rojo vino que se extendía por el suelo.  Al pasar justo al lado de la mesa del comedor, alcanzó a ver un trozo papel con unas palabras impresas; se acercó lo cogió entre sus manos y leyó:
-Doctor tengo un problema: Soy ciberadicta.
Arrugó el papel con rabia.
-¡¿En serio, mamá?! – gritó - ¡¿Soy yo la que tiene un problema?!
Un grito ahogado sonó. Otro objeto frágil cayó al suelo, esta vez rompiéndose. Era su madre y ella lo sabía.
-¡¿Y tú qué?! – volvió a gritar llena de enfado.
Se encaminó hacia su cuarto pensando en la carta. Si admitía que tenía un problema tendría que ir a un psicólogo y eso no le disgustaba, porque tendría que hablar de su vida y de cómo había tenido que ocultarse entre fotos de vida perfecta, momentos perfectos y, en resumen, todo perfecto, para ocultarse del dolor que en realidad la atizaba sin descanso noche y día: de cómo perdió a su padre.
Otro grito. De nuevo su madre, que dentro del efecto del alcohol, donde había tenido que refugiarse, se había hundido en una pesadilla del pasado, donde se juntaban las dos peores cosas de este mundo: la cruel realidad y la oscura imaginación, creando un pasillo de lágrimas y muerte, de sufrimiento, pero sobretodo, de verdades.
Ámber decidió ignorarla y entró al pasillo oscuro que la conduciría a su destino final.
Se quedó parada  mirando el cuarto de ella. Recordando quién podría haber llegado a ser. Aún estaba la cuna ahí, como si una personita fuera a empezar a llorar pidiendo atención en cualquier momento. Pero eso no pasaría, claro que no, y Ámber lo sabía, su madre lo sabía, y sin embargo ahí estaba, recordando lo que pudo haber sido y no fue, y ya nunca sería.
-¡¿Crees que yo no los echo de menos?! ¡¿Qué no pienso en ellos cada día de mi maldita existencia?! ¡¿Eso es lo que piensas?! – las lágrimas le acechaban al borde de sus ojos verdes, casi sin poder contenerlas. - ¡Te equivocas mamá! ¡Siempre estuviste equivocada!
Se echó a llorar como no había llorado en meses, quizá años.
-Volveré para cenar, cariño.- habían sido sus últimas palabras de aquella noche fatídica.

El día que su padre falleció en aquel fuego, su madre estaba embarazada de seis meses y el impacto que le dio la noticia hizo que su parto se adelantara. Ella sobrevivió, sin embargo, el feto que tenía en su interior murió al cabo de pocas horas. Tiempo después, con una hija a la que mantener y costear los estudios, una hipoteca agobiante que les daba el techo a ambas y un recuerdo constante de sus dos pérdidas, se refugió en el alcohol. Y la hija, cuando consiguió el móvil, comprendió que en ese mundo virtual podía ser quien quisiera, una persona perfecta sin ningún tipo de problema ni pérdidas y se convirtió en una ciberadicta.

Se escuchó un último grito salido de los borrachos labios de la madre, al igual que el  de un animal herido que sabe que se acerca su hora. Después, ruidos amortiguados de cajones abiertos, objetos cayendo y maldiciones silenciosas. Pasos rápidos y luces encendidas repentinamente. Sin embargo, Ámber no se dio cuenta de nada de eso, ella seguía observando la cuna, imaginando, y también pensando en todos los mensajes y actualizaciones que le estarían llegando. Pues, aunque no tuviera el móvil encendido, estaba pensando todo el rato en él, en lo que subiría, lo que no, lo que daría “Me gusta”, lo que compartiría, lo que no…

Y entonces ocurrió. Para quien lea esto seguramente sea obvio lo que estaba pasando, o tal vez no. Para la escritora, obviamente sabe lo que está pasando, y lo que pasará, pero ¿cambiará su destino? Quién sabe, como dijo el gato de Cheshire, “Aquí estamos todos locos” y tal vez sea verdad, tal vez Ámber simplemente esté hundiéndose cada vez más en la locura, lentamente, sin que nadie se dé cuenta, salvo, la que lo está escribiendo, y la otra persona que está en la casa de Ámber y que ahora hacía su entrada triunfal.

Tenía los ojos de un azul que recordaban al hielo en su punto más frágil, sin embargo, cuando observabas dentro de ellos, podías contemplar la furia  que sólo un psicópata poseía. Le sonrió mostrando unos dientes blancos como la nieve, dándole a entender a la chica que no podía contar a nadie lo que acababa de ver.

Ámber, sólo podía pensar que esa era la mismísima cara de la muerte.

-La vida es aquello que va pasando mientras estás ocupado haciendo otros planes. – parafraseó el hombre mientras levantaba su afilado cuchillo y daba el golpe mortal.

Ámber vio como su móvil era estampado contra el suelo y los cristales se hacían añicos, reflejando su alma en los últimos años.

Ya estaba muerta cuando su cuerpo chocó contra la moqueta, el círculo de sangre que debía haberse formado alrededor de la muchacha, fue absorbido, dejando constancia de su muerte sólo en los ojos, donde el telón ya había bajado, junto al de su madre. Esta vez, para siempre.

 

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