viernes, 11 de mayo de 2018


   CERTAMEN LITERARI I CONCURS FOTOGRÀFIC 
     

Ací tenim els guanyadors d'enguany del certamen literari i del concurs fotogràfic convocat per l'AMPA

Certamen literari:

1er premi: Violeta Hernández (3er ESO)
2on premi: Alejandro García Oviedo (1er Batxillerat)
3er premi: Lorena Pérez (2on Batxiller)

Concurs fotogràfic:

1er premi: Alejandro García (1er Batxillerat)
2on premi: Andrés Sanchez (2on ESO)
3er premi: Paula talavera (1er Batxillerat)



A continuació podeu llegir els seus relats:


   EL VIAJE

El vagón del metro estaba lleno, como todos los días entre semana. Es difícil encontrar un asiento vacío a esas horas, así que suelo viajar de pie, pero no me importa. Algunas caras ya me son familiares, pero otras no.
El viaje hasta el instituto es siempre muy monótono, muy aburrido, y por eso me invento juegos como adivinar a donde van las personas, cómo será la casa en la que viven… o el más habitual que es intentar adivinar en què trabajan o qué estudian.
Son juegos absurdos, ya lo sé, porque además nunca puedo comprobar si he acertado o no en mis sospechas, pero me permite tener ocupado el tiempo y hacer más cortos los más de veinte minutos de viaje sin tener que sacar el móvil de la mochila.
Y eso es lo que más me cuesta, no tenerlo en la mano.
Con el móvil reconozco que era todo más divertido y más sencillo, eran infinitas las posibilidades de entretenerme, y eso hacía que los viajes parecieran excesivamente cortos. Podía estar contestando mensajes, mirando los perfiles de otras personas (algunas conocidas y otras con las que jamás coincidiré, qué curioso ¿verdad?), conociendo la vida de la gente a través de sus fotos en Instagram, Facebook, y tantas otras redes sociales. Pero a la vez también me fascinaba ver en youtube los comentarios y análisis de juegos, bromas que algunos youtubers gastan para ganar suscriptores, gadgets de última generación, o participar en algún foro de los miles que hay.
Mientras siguen transcurriendo las paradas del metro, con su subir y bajar de gente, con ese pitido irritante del abrir y cerrar de puertas, intento no mirar fijamente a todos
los que se entretienen con el móvil en las manos. Me pone de los nervios, me entran picores, estoy inquieto, y aunque estoy sentado, no cojo la postura para estar cómodo…
Bueno, pero volviendo a mi afición más reciente, ¿Sabéis por ejemplo cómo intento adivinar la profesión de los viajeros? Bien, pues me fijo primero en las cosas más visibles, como la ropa, los uniformes, alguna marca o nombre comercial en el vestido o traje…. pero lo cierto es que eso es muy evidente ¿no?. En segundo lugar me detengo en los accesorios: mochila, cartera de cuero, bolso pequeño o grande, caja herramientas, bolsa de deportes con otra posible vestimenta…. El tercer paso es observar sus manos, sus dedos, sus uñas…dicen mucho del trabajo que uno realiza, y si no me permite saber con exactitud el trabajo, al menos si que puedo descartar muchos dependiendo de éste dato. ¡Y que no se me olviden los zapatos!, observo con detalle el calzado por si me da esa última pista que necesito…. antes de que se baje en la siguiente parada, ja ja ja ja.
Pero hoy era un día especial, esta mañana era diferente, quise jugar como nunca lo había hecho antes, decidí ir más allá, quise saber algo más de todas aquellas personas que compartían viaje conmigo. Quería plantearme un nuevo reto. Esta mañana jugué a descubrir si tenían algún problema como el mío, alguna manía, alguna adicción, alguna clase de dependencia, y aquí incluyo desde el tabaco, el alcohol, el juego, internet….. ¿sabéis qué descubrí? ¿sabéis a qué conclusión llegué con toda mi experiencia como “observador”?
Pues sencillamente que no pude llegar a ninguna conclusión. Nadie exteriorizaba nada que pudiera darme una pista, y lo que es peor, llegué a pensar que cualquiera de ellos podría tener una fuerte adicción o algún problema grave, y no mostrar signos externos de ello… me preocupó. Me hizo pensar en mí mismo y en mi situación.
No recuerdo el momento en el que comenzó mi dependencia absoluta del móvil y de internet, es como si hubiera formado parte de mi toda la vida, pero lo que sí que tengo
claro es el día en el que me di cuenta de que estaba enganchado. Fue cuando sumé las horas que pasaba en las redes sociales, jugando con la game, intercambiando mensajes, subiendo y comentando fotos, o simplemente navegando por la red…. y eran superiores a las que dedicaba al estudio, a mis amigos, a mi familia en casa… y ¡hasta superior a las horas de sueño!
Algo no andaba bien, pensé.
Y fue gracias a un programa de la televisión que hablaba de los problemas de los adolescentes y que animaba a reconocerlos y abordarlos sin miedo, que decidí pedir ayuda.
El timbre del metro sonó tres veces por megafonía, había llegado a mi parada. Subí de dos en dos las escaleras que llevan desde el andén a la calle, y solo tuve que cruzar la calle para llegar a mi destino.
Me senté en la sala de espera después de dar mi nombre a la enfermera que atendía a la entrada. Había tres personas sentadas leyendo unas revistas. Dije buenas tardes y asintieron con la cabeza, y sin decir palabra siguieron leyendo. Yo saqué de mi bolsillo un papel doblado en cuatro partes. Lo volví a leer igual que lo había hecho tantas veces, intentando memorizarlo, releyéndolo en voz alta, intentando retener palabra por palabra, porque tenía que coger el valor suficiente para poder decirlo en voz alta, de una sola vez, sin necesidad de leerlo.
Pero cuando llegó el momento me derrumbé. Mi nombre sonó algo distorsionado por la megafonía de la sala de espera y entré en la consulta del doctor. Me senté en la silla que había delante del escritorio. El médico estaba acabando de tomar unas notas en una agenda que había sobre la mesa. De repente me quedé como paralizado, no supe qué decir, no supe cómo decirlo, lo había ensayado tantas veces... simplemente bajé la mirada, me metí la mano en el bolsillo y volví a sacar aquel papel y se lo entregué al médico sin apenas levantar la cabeza.
El doctor cogió unas gafas azules que tenía sobre la mesa, se las puso y leyó en silencio y con mucha atención mi carta. Estaba escrito a mano, y solo decía esta frase: “Doctor tengo un problema: soy ciberadicto”
Cuando la acabó de leer, se retiró las gafas y mirándome fijamente de nuevo, me dijo:
-Diego, escúchame.
Levanté la cabeza muy lentamente, con más vergüenza que miedo, y cuando coincidimos las miradas, el doctor se volvió a dirigir a mí.
-Mi hijo también ha pasado por ahí. Estas en buenas manos, y eres valiente reconociendo tu problema. Quiero que sepas que no estás solo y que te vamos a ayudar.

Alejandro García Oviedo, segon premi.


                                                              
                                                      EL FUTURO ES AHORA, CHICOS

Por mucho que gritara en la calle nadie lo escuchaba. Todos, sin excepción, oían sus gritos desgarradores y pasaban por delante de él, sin preocuparse siquiera por aquel profeta miserable y desesperado que trataba de advertirles sobre su propio destino.

Todo empezó el día que le pusieron una Game Boy entre las manos, cuando era pequeño, muy pequeño, y empezó a jugar como si no tuviera una vida por delante y sólo le quedara ese día para jugar y jugar. No preguntó por qué, pero el caso era que había que entretener al niño de alguna forma.
Pasó el tiempo y nunca fue un gran estudiante: después de comer, se sentaba a ver la tele y devoraba plácidamente programas, los que fueran, hablaran de lo que hablaran y la quitaba sólo cuando empezaban los documentales, para ponerse a jugar hasta la hora de cenar a la Play Station ; a la noche se acordaba de que al día siguiente había un examen y se miraba la lección hasta altas horas de la mañana. Cuando no podía más, sin embargo, hacía de tripas corazón para echarse una última partida al Moto GP, sólo por relajarse. Cuando le daban las notas suspendidas y lo castigaban sin la Play , se echaba al suelo, se arrancaba los pelos, lloraba, chillaba, argumentaba que no sabía qué hacer, que él no tenía la culpa de ser un estudiante tan mediocre…
Con la edad y repitiendo cuarto de ESO, le sobrevino un amago de madurez: descubrió que los videojuegos tenían unos creadores y se propuso estar entre sus filas. Por primera vez en la vida tenía un objetivo más importante que pasarse una pantalla de las motos, de los coches, de los marcianitos o del Mario. Sin embargo, los padres del pobre incomprendido, que ya había cumplido los dieciséis, se habían cansado de derrochar su dinero en profesores, clases, academias y, en general, mejores colegios con mejores programas educativos. Así que si el jovencito quería seguir estudiando y hacer un bachiller o un ciclo, tendría que demostrarlo, pero
hasta entonces mejor trabajar que fundirse los ojos delante de alguna de las pantallas que decoraban la casa.
Con su propio dinero, que ganaba en el desguace, es como descubrió los salones recreativos, en los que pasaba las mañanas. Ahora, trabajaba de tarde, estudiaba e iba al instituto al turno de noche, por las mañanas se despejaba entre sonidos estridentes y repetitivos, coches, motos y marcianitos de píxeles que le costaban veinticinco pesetas por minuto y echaba cabezadas cuando podía. Había tenido que llegar a quedarse en la calle, gritando en la acera, echando por la boca toda su desesperación, para darse cuenta de que podría haber invertido mejor aquel tiempo y aquel dinero.
Sus padres ya daban por hecho que tenían por hijo un caso perdido, pero no entendían qué podrían haber hecho tan mal. Un tenue rayo de lo que es la esperanza les iluminó cuando, a los dieciocho, se echó un amiguete, el primer amigo humano del que tenían constancia, que lo convenció para ir al psicólogo. El primer día lo hizo muy bien, se presentó diciendo lo que él le había dicho que dijera: “Doctor, tengo un problema, soy ciberadicto…” y continuó contándole su vida hasta el día en que le pusieron una Game Boy entre las manos. El segundo día se aburrió
inmensamente escuchándolo hablar de autocontrol y a la tercera cita no volvió a aparecer.
Por esas fechas instalaron en su casa un ordenador, y sus padres, antes preocupados porque su hijo no aparecía nunca, tuvieron nuevas razones: ahora, su pequeño de casi diecinueve que no tenía el graduado escolar, no salía de la habitación del ordenador.
No pudiendo resistir a las peticiones del niño, acabaron, además, poniendo internet, cambiando su cama al cuarto del ordenador y comprando una gran silla. Pues ya que iba a pasar allí tantas horas, diciendo que estudiaría en el ordenador, más valía que estuviera bien cómodo. 
Ahora sí que ya no existía salvación, teniendo la oportunidad de conocer y respaldarse en otros topos que, como él, habían escogido la oscuridad de sus habitaciones, el fervor de los videojuegos on line , los grandes cascos para oír las soundtracks … Se diría que en aquel tiempo su cuerpo adelgazó, su rostro palideció, sus dedos se crisparon, su pelo y su barba crecieron sin nadie que les prestara atención y sus ojos consiguieron un aire vago y cansado que se hizo crónico y que le acompañaría de por vida. Un día desatendió sacar la ropa sucia del cuarto, otro
directamente olvidó ducharse, otro el ir a trabajar…
Un día encontró a su madre llorando y a su padre de brazos cruzados en la puerta, con una maleta a los pies y con una expresión dura en los ojos. “Tienes que irte”, anunció él. Y desconcertado preguntó que adónde. Su padre respondió que había tenido veintisiete años para labrarse una vida, como habían hecho todos, y que si no lo había hecho era problema suyo.
Así es como el chico llegó a convertirse en un mendigo que, sintiéndose miserable, advertía a todos cuantos pasaban por la acera cara al móvil, la nueva novedad, escuchando a saber qué en los grandes cascos o en los finos auriculares, aislados completamente de todo lo que les rodeaba, de que si los usaban demasiado acabarían siendo sus compañeros de miseria.

Lorena Pérez, tercer premi.








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